Sois sal y sois luz ¿Dos formas de presencia cristiana en el mundo?

El evangelio de Mateo (5, 13-16) nos invita a “ser”, no que “tenemos que convertirnos en sal y luz…”. Es más, nos advierte que si la sal pierde su sabor y la luz se pone debajo de un celemín no solo pierden su rasgo de identidad, sino que quedan radicalmente pervertidas.

La sal y la luz son dos formas diferentes de realizar su acción: la sal remite a una acción invisible; lo propio de la luz, en cambio, es brillar. Las dos son inseparables. De hecho Jesús luz del mundo, es también el Verbo encarnado.

Los primeros siglos del cristianismo tal como aparece en los Hechos de los apóstoles, la carta de Diogneto… los dos elementos de “sabor” y “visibilidad” aparecían íntimamente unidos, con sus idealismos y límites. La fraternidad era su sabor y el martirio su testimonio. Las comunidades cristianas de los tres primeros siglos se extendían por «contagio activo», por medio de la existencia misma, caracterizada por la hospitalidad, el amor mutuo, la caridad hacia los pobres y el gozo que irradiaban sus miembros.

El paso de la Iglesia a religión del Imperio, con Constantino y Teodosio, originó para ella una nueva forma de presencia que, poco a poco, aquello que provocaba el brillo. A partir de ahí el modelo de cristiandad se va imponiendo progresivamente y con diversas formas, pero con la constante de un creciente esplendor y menguante sabor evangélico. Este modelo de Iglesia ha durado siglos en una larga historia de luchas e intrigas y, a la vez de grandes testimonios de vidas entregadas al servicio del evangelio.

El Concilio Vaticano II (1962-1965) supuso la manifestación de los diferentes dinamismos que el Espíritu iba suscitando en personas y grupos y, por fin, la Iglesia institución abrió las puertas a la renovación y la esperanza, cuyo espíritu nuevo que queda plasmado en este comienzo de uno de sus documentos más universales: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” GS 1).

Pero el entusiasmo de la recepción conciliar duró pocos años. En los años ochenta del siglo pasado surge una controversia entre “cristianos de mediación”, es decir, de inserción de los cristianos en las instituciones sociales para colaborar con todos en la solución de los problemas comunes, haciendo así presentes los valores propios del Evangelio. Y los “cristianos de presencia” que propugnan su manifestación por medio de obras e instituciones propias que garanticen la identidad cristiana. Estos dos modos de ser cristianos, a los que vivimos aquella época, se nos presentaban como alternativos, olvidando que el Evangelio nos invita a ser, a la vez, luz y sal.

La situación, en este siglo XXI, nos invita, y yo diría que nos urge, a una reconsideración de las formas de presencia y de evangelización que corresponda, por una parte, a la naturaleza de la Iglesia y, por otra, a las circunstancias actuales.

Creo que el papa Francisco nos ofrece una orientación clara cuando al proponer que la evangelización tiene que afectar a la totalidad de la experiencia humana y social y, lo expresa con dos imágenes muy expresivas. Una es la de ser “personas-cántaro”, es decir, vivir en la propia vida el seguimiento de Jesús y enriquecer el propio pozo espiritual. La otra imagen es la de “hospital de campaña” que es la práctica del cuidado de los otros, especialmente de los más vulnerables. Lo común y original es que ambas imágenes están construidas sobre la prioridad del servicio a la persona. Para mí este es la clave universal de la evangelización en nuestro tiempo, aunque reconozco que pueda haber diversidad de formas y pedagogías.

Nacho

Un comentario en “Sois sal y sois luz ¿Dos formas de presencia cristiana en el mundo?

  1. La sal condimenta las comidas, no se ve, pero se gusta, se saborea, está diluida y produce su efecto.- El cristiano que trata de identificarse con Cristo, sabe estar entre los hermanos y su pizca de «sabor evangélico» se aprecia.- A veces decimos esta persona tiene algo, aunque no sé lo que es.-
    Caminar unidos a Jesús tiene sus momentos de sacrificio, de renuncia, de sufrimiento; tiene una llamada, debe tener una respuesta.- En la correspondencia a la llamada aparece esa pizca de sabor evangélico, donde se nota el efecto de la sal «la sal de la gracia», de la disposición, de la entrega.-
    Se escribe mucho, hablamos demasiado, damos vueltas y más vueltas a las cosas, sin llegar a implicarnos seriamente en un entrañable abrazo con el Maestro.- Así, la sal no rinde, la luz no alumbra.- Todos deberíamos examinar detenidamente esta llamada que se nos hace por medio de la sal y de la luz.- Jesús, hablo de esto a sus discípulos, a los que en aquel momento estaban con él, pero su Palabra es desde siempre y para siempre, a nosotros nos pilla de lleno.-
    Sé luz para ti mismo
    Sé luz para los demás
    Da sabor a tus obras, a tu vida
    Alegra tus días con la sal de tu vida religiosa, con la luz de tu amor a Dios y a los hermanos.-

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