Una ciudad que llora… y se rescata a sí misma

Los hombres muertos caminan esparcidos en los hombres vivos.
(José Carlos Becerra)

Es una ciudad que llora. Es 20 de septiembre del 2017, son las seis de la tarde cuando inicia la lluvia; un día después del terremoto. Si, es la Ciudad de México que llora.  Asombrosamente hace 32 años  con seis horas de diferencia la misma tragedia. Nada hay tan espiritual que entrar a esas preguntas sin repuestas que te hace encontrarte con lo profundamente humano. Los corazones mexicanos abiertos y disponibles ante la desgracia reaccionan en su profundo ser humano/espiritual.

Sin muchas preguntas, en unos cuantos minutos la organización eficaz y pronta para realizar ese gesto de bondad tan infinitamente humano… y al mismo tiempo, de la misma pasta, otros miles de seres humanos aprovechándose de la desgracia para ganarse unos pesos, robando y comercializando lo donado. La imagen de la rapiña no es menos elocuente: animales que solo esperan la caída de cualquier presa para caer sobre ella e iniciar el desgarre de los cuerpo inertes… los hay de toda clase, desde el hombre de calle que duerme en ella sin calor ni sabor que hurta lo poco que se encuentra, hasta los políticos ridículos que en su mundo oportunista quieren aparentar simpatía… los sin-casa siempre serán menos retorcidos.

En medio de esta genuina solidaridad, que muy apenas es rozada por la sombra de nuestra miseria humana, escribo sobre mi experiencia de  las Nuevas Ejercitaciones que el Movimiento por un Mundo Mejor va realizando como reflejo de su identidad más profunda. La lectura de los signos de los tiempos tradicional ha sido retomada poniendo el énfasis en hacer una pausa en la persona que quiere hacer esa lectura. Detenerse en sí mismo y sin prisa, y con la impronta de hacer un ejercicio de introspección, nos regalamos el privilegio de mirarnos, describirnos, asombrarnos, decirnos, asumirnos. Lejos de un juicio o “una conversión sobreexplotada” sobre si mismo, nadamos con absoluta libertad en la descripción de nuestros pensamientos inmediatos, de nuestras preocupaciones, de nuestras frustraciones, de lo que nos ilusiona y nos hace vibrar. Tratamos de decirnos a nosotros mismo en el inevitable y privilegio de escribirnos. Poner en tres dedos cuerpo, mente y corazón. Enfatizamos este ejercicio de escribir en pluma y papel, con preguntas apropiadas, para decirnos a nosotros mismo nuestra vida y su polifonía siempre asombrosa… Este ejercicio de describirnos que tiene su raíz en los Ejercicios de San Ignacio, viene a ser continuada en la libertad de compartirlo con un grupo de personas que nos acompañan sin innecesarias maestrías. Y ahí, en la libertad de decir y no decir, viene el milagro de Escuchar y saberse Escuchado –las mayúsculas son intencionales- para hacer una implosión comunitaria que llamamos Comunión.  Creo que en este ejercicio, a mi modo de ver, se expresa la satisfacción del valor de la persona.  Si se me permite decirme entonces viene la experiencia, de sentirse, de experimentarse, de saberse. Y en sintonía reciproca, regalarle al otro/otra la melodía silenciosa de escucharle, entonces, vamos completando eso que deja de ser idea o palabra y se convierte en una experiencia privilegiada del Valor de la Persona. Al centrarnos en la Escucha se plasma de manera abundante eso que llamamos el valor único e irrepetible del ser humano. La persona y su sacralidad se expresa en ese decirse desde dentro y expresarse con otros y otras, y que al escucharlos nos provocan el milagro de la fraternidad/sororidad/Comunidad Trinitaria.

En México, unas horas después del terremoto, el puño en alto como signo de guardar silencio para escuchar entre los escombros a las personas que aún respiran para ser rescatadas, nos representa como seres profundamente humanos e inminentemente espirituales. Recibo este signo como un signo qué me dice: “escuchemos la vida” y rescatémonos unos a otros.

Víctor.

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